¿Corre peligro nuestra intimidad?



¿Te sientes vigilado?

El sistema SITEL permite realizar escuchas telefónicas de una calidad y precisión sin precedentes. Y es solo un ejemplo de las mejoras tecnológicas con que cuentan hoy los espías.

 ¿Corre peligro nuestra intimidad?

Todo lo que saben sobre ti


Es español, de mediana edad. Se levanta a las 7 a.m. Activa su teléfono móvil para ver el cierre de los mercados financieros en Asia y comprobar su correo electrónico. Las luces de un servidor parpadean a kilómetros de su casa. Mientras lee las noticias en su tableta, navega por Internet y apura su taza de café con leche, otro disco duro registra cada clic en sus tripas informáticas. Los algoritmos de google - cuyo navegador es el más usado del mundo- registran cada migaja de información en sus maquinas: que páginas ha visto o leído y a que hora exacta, que vídeos ha visionado, donde se encuentra el usuario. Nuestro protagonista tiene una conferencia en la oficina y repasa el último borrador en su nuevo smartphone.

Una copia se almacena automáticamente en la nube. La nube no es algo etéreo: Miles y miles de servidores se apilan en armarios descomunales. Discos duros refrigerados dibujan pasillos larguísimos en funcionamiento ininterrumpido dentro de bunkeres a prueba de terremotos y envueltos en un monocorde ruido que rompe el silencio




Más rutina diaria. Subir una foto a Facebook. Responder a un tuit. Ir en coche al trabajo. Cerrar una reserva en un restaurante mediante una aplicación y enviar un whatsapp para cuadrar la cita con los otros comensales. El GPS del móvil rastrea la localización cada segundo. Otra aplicación hace que un servidor conozca los teléfonos móviles de todos sus contactos de chat. El móvil escupe sugerencias sobre otras personas a las que conocer. Un poco de ejercicio antes del trabajo permitirá que la cinta wifi atada a la muñeca transmita al móvil el número de pasos, pulsaciones, el ritmo cardíaco y la temperatura de su piel, memorizados en otras maquina. Su teléfono sabe donde está con un margen de error de menos de un metro. Lo mismo ocurre con los comensales del almuerzo.

El mundo totalitario de Winston Smith, protagonista de 1984, se caracterizaba por una lucha por proteger la privacidad. Las violaciones personales eran constantes. La telepantalla vigilaba sus movimientos durante las 24 horas. Uno no estaba seguro de si lo escuchaban y debía actuar como si lo hicieran. Cualquiera podría ser el obervador que lo llevara a la cárcel, al dolor o a la muerte en nombre del partido. No bastaba con fingir. Había que actuar de manera convincente para impedir que los ojos te descubrieran, reaccionar como los demás. La vigilancia era tan intensa que los padres temían que sus hijos les delatasen. Cualquier desviación de la rutina, como llegar al trabajo con los dedos manchados de tinta, despertaba suspicacias acerca de si ese individuo estaba escribiendo, que hacía y porqué.




El salto hasta 2015 desde la distopía de la sociedad de 1984, de George Orwell, repleta de recursos increíbles para la vigilancia, nos zambulle en un mundo extraño y contradictorio. Los flujos de información van y vienen, invisibles por el aire, y quedan almacenados en cascadas de servidores.

Todo queda grabado en la redes sociales. Cualquier cosa que hagamos llega al ciberespacio y permanecerá ahí para siempre. Los adolescentes que han nacido en la era digital están esculpiendo tuit a tuit una identidad imposible de borrar que les perseguirá toda la vida. Su pasado quedará expurgado de secretos y disponible para la visión del público. ¿Por qué? Las compañías ofrecen la posibilidad de borrar los perfiles y las fotos –hay ciertas dudas técnicas sobre si es posible borrar todo el material repicado en servidores–, pero la huella digital perdura. Los compartidos de Twitter o los me gusta de Facebook se multiplicarán en otros perfiles de usuarios. En sentido orwelliano, ya no es necesario vigilar a los adolescentes con una telepantalla. Una vez que entran en la tela de araña cibernética, quedan atrapados. Ellos mismos hacen el trabajo.

¿Qué te parecería pagar el seguro solo de las horas que conduces, que te guíen a una plaza de aparcamiento libre, o te adviertan de tu nivel de glucosa en sangre en tiempo real antes de un problema diabético? ¿Y pedirle a tu robot que te caliente la cena cuando estés a 10 minutos de casa? Todo ese universo necesita datos, perfiles, preferencias, patrones de conducta.

Tenemos que entender que es necesario defender la privacidad y encontrar un espacio de equilibrio.


“Lo que está en juego es la libertad”




Fuentes: http//elpais.com y www.quo.es


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